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El miedo es tan viejo como el hambre misma; hablo de ese Miedo con “M” mayúscula, el que sentimos cuando se nos eriza la piel y no podemos identificar su fuente y sólo nos hace sentir nerviosos, inseguros y sudar frío.De manera instintiva, rehuimos de ese estado de ansiedad y adrenalina.

Me parece que existen dos maneras efectivas para desatar ese estado sin gran dificultad: hablar de la muerte -la propia- y darse una vuelta por la casa de la tía o la abuela preferida para que nos cuente esas historias que de niños nos ponían los pelillos de punta; esta última es altamente efectiva por nuestra credulidad cuando somos rechonchos infantes que, en medio de la oscuridad, escuchamos leyendas como la de La Llorona, la infame Mano Peluda -que por definición vivía en todas las escuelas- y el temidísimo Charro Negro, por no hablar de la infinidad de leyendas del centro de la Ciudad como la de la Casa de Don Juan Manuel, entre otras.

Estos cuentos pueden disparar nuestros temores más básicos al ser parte de un ideario popular que les ha consagrado y son tan variados como países y comunidades haya en el mundo. Forman parte del folklore y de las tradiciones que permean cada región. Uno de los compendios más completos, por poner un ejemplo cercano, son los Cuentos de los Hermanos Grimm que, a un nivel prácticamente antropológico, recogieron las historias de las regiones germanas y sajonas dejando un amplio -y redituable- legado para el mundo que, a la fecha, permite apreciar en diferentes adaptaciones, cinematográficas sobre todo, la herencia cultural de dichos países.

México es por excelencia un semillero tremendo de este tipo de relatos que, gracias a que la tradición oral fue fuerte desde tiempos precolombinos, se conservaron hasta que fue posible imprimirlos y masificarlos.

Ilustración de Gustaf Tenggren, quien colaboró como animador durante los primeros años de The Walt Disney Company a finales de los treinta.

Quizá el relato con más antigüedad, y mejor conservado gracias al período histórico que representa, es el de La Llorona. Hay dos versiones que pueden considerarse canónicas. Por un lado, está la que la relaciona con La Malintzin -o Malinche-,  la traductora y amante, según algunos, de Hernán Cortés, que le ayudó a comunicarse con los líderes de los pueblos oprimidos por el yugo del Imperio Mexica. Al ver lo que sus actos habían provocado, fue maldecida por su propio pueblo y condenada a vagar y llorar eternamente el destino de su gente.

La segunda, con tintes coloniales, relatan que una mujer de origen humilde se enamoró de un noble caballero. Sin embargo, este la abandonó al saber que había quedado embarazada. Se dice que inmediatamente después de dar a luz arrojó a su primogénito a un río, presa de la desesperación y el desamor. Arrepintiéndose inmediatamente de sus actos, perdió la razón, y desde entonces deambula, normalmente cerca de ríos y lagos, buscando a su bebé perdido.  

Ilustración de Alejandro Magallanes para Leyendero  (2015, Nostra Ediciones)

Las versiones pueden variar, pero se pueden observar las cargas simbólicas de época y de origen comunes que hace que estos relatos trasciendan al tiempo. Las historias que reúnen estas implicaciones pueden considerarse bajo la etiqueta de folk horror. Este término, acuñado en 2010 por el escritor y actor inglés Mark Gatiss para una serie de la BBC titulada A History of Horror with Mark Gatiss, es usado para categorizar filmes británicos que evocan a la historia tradicional de la región.

En el documental referencia directamente a las películas Witchfinder General (1968), Blood on Satan’s Claw (1970) y The Wickerman (1973). A pesar de que lo utiliza expresamente para la expresión cinematográfica y en particular para la tradición europea y cristiana, creemos que el término bien puede aplicarse a lo que por defecto se refiere. El sitio FolkHorror.com refiere que

El folk horror es un subgénero de la ficción del horror […] está caracterizado por la referencia a las tradiciones europeas y paganas. Las historias típicamente implican los círculos de piedra, marcas en la tierra, elaborados rituales o a las deidades de la naturaleza. Si bien el género no está abiertamente preocupado por la ideología cristiana, términos como «demonio» y «diablo» parecieran asociar al folk horror con la demonología cristiana. De cualquier modo, mientras muchas historias implican que las fuerzas amenazantes son satánicas, las mismas fuerzas frecuentemente son encontradas antes del Cristianismo establecido. El folk horror es discordante con el neopaganismo. Rara vez retrata a los agentes mágicos como (si es que lo hace) como algo benévolo.

El folk horror tiene un factor sobrenatural en los eventos que representa. En The Wicker Man, por ejemplo, se narran las peripecias de un agente de la policía que va a una isla a investigar una desaparición en una comuna de mujeres que al parecer adoran a la naturaleza a través de rituales celtas, pero todo toma un giro un tanto siniestro conforme el agente se adentra más y más en comprender sus prácticas.

The Wicker Man (1976)

La herencia mexicana de los mitos y leyendas está fundamentada prácticamente en su totalidad por el factor sobrenatural. Ya sea por la herencia autóctona, cristiana o ambas, lo fantástico de lo real es regla.

Un relato más contemporáneo y fácil de ubicar ya que suele ser bibliografía básica de secundaria es Macario (1950) escrito por B. Traven, uno de los muchos seudónimos del escritor alemán que radicó en México, Otto Feige (Alemania, 23 de febrero 1882 – Ciudad de México, 26 de marzo de 1969). El teutón nos relata que Macario es un indígena pobre que durante la víspera de Día de Muertos añora poder disfrutar un banquete el solo. Su mujer, al verlo tan obsesionado con la idea, le ayuda a robar un guajolote y se lo va a comer al bosque. Así, se le presentan tres enigmáticas figuras que le piden un poco de su manjar y deberá decidir sabiamente con quién lo compartirá.

La adaptación cinematográfica de 1960 con Ignacio López Tarso y Enrique Lucero fue aclamada por la crítica. B. Traven tuvo una serie de textos sobre México que le valió reconocimiento internacional y varias adaptaciones al cine de los mismos. Algunos de sus títulos son El tesoro de Sierra Madre (1927), Rosa Blanca (1929) y El Barco de la Muerte (1926), por mencionar algunos.

Macario (1950), la película completita.

La cultura es un elemento que está en constante crecimiento y transformación. Al igual que la lengua, se comporta como un ser vivo cuasi-pensante y, por lo tanto, toma cauces a veces no previsibles y nuevas leyendas y relatos, apegados a un folklore más contemporáneo o fusionadas con el viejo, pueden conformar un conjunto de “nuevas tradiciones”.

Esto no las excluye para formar parte del folk horror -que pueden ir desde el chupacabras hasta adorar a Juan Malverde- sobre todo si tomamos en cuenta que México sigue siendo un país donde el sincretismo, la combinación de elementos, sigue ayudando a rebasar la línea de lo comprobable, de lo místico y de la fe pura.

Basta darse una vuelta al Mercado de Sonora, ubicado en Avenida Fray Servando Teresa de Mier, para saber que tan enraizado tenemos nuestro horror folklórico tan particular. Para que se den una idea, entre sus pasillos pueden encontrar una efigie de un “niño Dios” que llora sangre.

El horror folklórico se nutre sobre todo de las experiencias cotidianas, de lo que nos sucede, de los sustos que nos remiten a esas leyendas arquetípicas; cuando le contamos a quien más confianza le tenemos cómo nos espantaron, participamos directamente en él. Les invitamos a escuchar nuestro último programa donde ahondamos en este tema y no se pierdan el “Así me espantaron” en La Hacienda de Coahuixtla donde “El Choco” hace presencia.

La tétrica Ex-Hacienda de San Antonio Coahuixtla en Cuautla, Morelos, donde por las noches, El Choco hace sus travesuras

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Fernando SantamarÍa

Humanista y eructito aventurero de día, brujo medieval de noche. Indudablemente friki de clóset y músico en los entrepaños de enmedio. Es Lovecraftiano hasta la locura y cree que la vida sin gatos sería un error. Sabe que los Simpsons lo hicieron primero. Dicen que es libre y de buenas costumbres.

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