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El abismo puede consumirnos o albergar algo destructivo. Arte por Jenwen.

Que hermoso es el cielo estrellado; podemos ver tantos puntos como quepan en el firmamento y formar tantas figuras queramos. A veces corremos con la suerte que en ese preciso instante suceda una lluvia de estrellas o de plano hay quienes viven cerca de los polos y pueden disfrutar de las auroras boreales. Ni que decir de los eclipses, tanto solares como lunares, que aún nos asustan y maravillan.

Si, es bonito; ahora pensemos que todo eso está sucediendo a cientos, miles o millones de años luz de distancia, no sólo de nosotros, si no entre sí. Vaya, no es como que esas estrellas que conforman, no sé, una constelación como Orión estén una justo a lado de la otra, las separa una distancia considerable que debe ser medida en parsecs —unidad para medir la distancia a niveles astronómicos, equivale a 3.2616 años luz— si, los mismos que usan en Star Wars (George Lucas, 1977). Entre ellas hay un espacio enorme y aparentemente vacío lo cual nos da una idea del tamaño abismal de El Universo. Para sentirse chiquito ¿no?.

Constelación de Orión. Foto por el BIA.

Conforme fue explorando el mundo terrenal también descubrió los abismos insondables del mar. Mientras se aventuraba a conocer otros territorios o simplemente buscar alimento se encontró con fenómenos interesantes como fosas sin fondo o torbellinos que engullían a las embarcaciones y que, por más que se realizará una búsqueda, desaparecían sin dejar rastro. Tomando en cuenta que nuestro planeta es más abundante en cuerpos de agua que de tierra, estremece pensar en la cantidad de secretos que los mares albergan. Digo, sólo hay que pensar en las fotos de las criaturas que ahí habitan.

Así pues, el ser humano comenzó a percatarse de ello cuando observo el cielo, su entorno inmediato, y, al querer medirlo, se tomó como punto de referencia. Pero ¿cómo serlo cuando tenemos toda la vastedad del espacio y la tierra por entender y explorar? Evidentemente es algo que lo abrumó y le obligó a canalizarlo a través de metáforas, mitos e historias que, con su capacidad de abstracción, evolucionaron a complejos sistemas de pensamiento místico, mágico y religioso. En un intento primitivo por entender, asoció la luz que le era cercana y que le permitía ver lo que sucedía en su cotidianeidad a lo útil y bueno, mientras que esas tinieblas que le eran lejanas las consideró formidables, ajenas y divinas. Incluso allí habitaron eventualmente, y a la fecha, los Dioses y los Demonios.

¿Pozo sin fondo? Agujero de Mel. Washington, Estados Unidos de América.

Por otro lado, comenzamos a reconocer otro tipo de profundidades y abismos que nos empequeñecían. Las grandes fosas en los mares, los cañones profundos en los desiertos o las minas artificiales que corrían por túneles laberínticos. Todas estas formaciones comenzaron a asociarse también a un poder divino manifiesto en la tierra. En la Antigua Grecia, para poder acceder al Inframundo —que se dividía en el Tártaro, Hades, Islas Elíseas y Campos Elíseos— los espíritus de los muertos tenían que ser llevados a través de los agujeros de la tierra por Hermes Psychopompos, el mismo mensajero de los dioses, pero en su función de guía, y se los entregaba a Caronte.

También en Mesoamérica —región ubicada en la zona centro-sur de México y parte de Centroamérica—, previo a la llegada de los españoles, se asociaban las cuevas y cenotes como accesos al inframundo. Tal es el caso del Xibalbá, el inframundo del mundo maya descrito en El Popol Vuh —traducido como El Libro de la Comunidad—; para llegar a él había que entrar por un cenote sagrado —una cueva con un cuerpo de agua subterráneo— y llegar a una encrucijada con cuatro ríos o caminos: uno blanco, uno rojo, uno amarillo y uno negro siendo este último el que lleva ante Los Señores del Inframundo quienes sometía a duras pruebas a quienes se aventuraban a sus dominios.

Los Señores del Xibalba o El Inframundo (1999) Luis Garay. Acrilíco, pluma y tinta. Imagen del Popol Vuh; Santa Fe Art Institute.

A su vez, en el Antiguo Egipto, existía la Duat, que era el camino lleno de peligros que debían seguir los difuntos para poder llegar ante Osiris y ser sometidos a su Juicio; este consistía en pesar el corazón contra una pluma de la diosa Maat, si este pesaba menos que la pluma, podía acceder al Dat —cielo inferior—  o al Aaru —un campo de juncos similar a la idea de paraíso— si no, su corazón era devorado por Ammit y se le negaba la vida inmortal.

Como podemos ver, estas profundidades normalmente se asociaban a espacios reservados para pruebas de valor e inteligencia para medir la valía del difunto en vida a partir de sus acciones, o bien llegaba a determinados niveles de acuerdo a su forma de muerte terrenal, pero no eran propiamente lugares de tormento. Este concepto, moralizado y maniqueo de un cielo y un infierno, fue más propia del catolicismo que retomó y modificó elementos de diferentes religiones paganas para adecuarlos a un discurso donde podía someterse por el miedo a no ser merecedor de un lugar de recompensas y de la gracia de Dios —lo que sea que eso pueda significar—.

Incluso dentro de otras doctrinas esotéricas y místicas como la cabalística podemos encontrar el concepto de abismo como ese espacio que existe entre la Tríada Suprema —la comprensión divina— y el resto del Árbol de la Vida —la manifestación terrena— invadido por oscuridad y seres que representan al mal.

Representación de la Duat en El Libro de los Muertos.

Y así es como nos topamos de frente con los famosos Cielo, Purgatorio, e Infierno; los últimos dos reciben las almas de individuos en diferentes condiciones, mientras que el primero está reservado a aquellos que pueden purgar sus pecados, el segundo alberga a los pecadores más atroces que han desobedecido la palabra de Dios.

La idea de los castigos y las llamas se la debemos al divino poeta Dante Alighieri (1265-1321) y a su Commedia (1304-1321)—que después se ganó el epíteto de Divina— Este texto, además de ser la obra cumbre de la literatura italiana, habla de los nueve círculos del infierno asignando diferentes niveles y castigos de acuerdo al pecado cometido y clasificados de la siguiente manera y en orden descendente: los no bautizados, los lujuriosos, los glotones,los avaros y derrochadores, los iracundos, los herejes, los violentos, los fraudulentos y los traidores. Este texto fue una tremenda crítica política al sistema de su tiempo y cada uno de los pecados representaba a un grupo social en particular, y a partir de esta concepción fue que se gestó la idea de infierno más o menos contemporánea.

El Abismo del Infierno (c. 1485) Sandro Botticelli. Pluma y pincel en vitela.  32 × 47 cm. Biblioteca Apostólica. Ciudad del Vaticano, Italia.

Conforme la ciencia fue avanzando, como comentábamos al inicio de la columna, nos dimos cuenta que el debate filosófico y moral sobre nuestra existencia se llevó hacia la contemplación sideral que nos ha hecho cuestionar aún más la funcionalidad de nuestra existencia no sin antes sentir una opresión, miedo y ansiedad ante la inmensidad que se nos revela con cada descubrimiento. Entonces ese abismo medible y limitado a nuestro espacio se convirtió, con la exploración del cosmos, en algo aterradoramente solitario, abstracto e incomprensible.

En ese sentido, los miedos a las profundidades y abismos  en la ficción abundan. Tenemos Los Perros de Tíndalos (1929) de Frank Belknap Long que, aprovechando los abismos del tiempo, relata la historia de unos seres abominables que habitaron la tierra en su edad primigenia y que pueden aprovechar la geometría para viajar a través del tiempo y el espacio.

Los perros de Tíndalos. Arte por Mike Franchina.

También La Cosa (John Carpenter, 1982) retrata los temores de un equipo de exploración en el Ártico que se encuentra con algo nunca visto que viene del espacio y que, aunque vivo y pensante, está muy separado de lo que podría decirse humano. Podría mencionar toda la bibliografía de H.P. Lovecraft o lo relacionado con el horror cósmico ya que los abismos son su piedra angular.

En primer lugar pondría En la noche de los tiempos (1936) que narra las desventuras de un profesor de economía que vive una terrible pesadilla cuando entra en contacto con sere siderales que lo desplazan de su realidad, mientras que En las Montañas de la Locura (1936) unos exploradores excavan más de lo que deberían y se topan con un pasado tremendo e irreconocible, y en La Sombra sobre Innsmouth (1936) un muchacho explora sus raíces familiares y estás lo llevan hasta el fondo del mar. La película Contacto (Robert  Zemeckis, 1997) plantea la posibilidad de contacto extraterrestre y como es que el mundo reaccionaría ante un evento de ese tipo, donde la incertidumbre sobre la vida en otros planetas desaparece y ya es un hecho que no estamos solos.

Afiche promocional de Contacto (Robert Zemeckis, 1997).

Finalmente, me parece que el miedo que le tenemos hacia lo oscuro, lo profundo y lo abismal radica en nuestra imposibilidad de comprenderlo en su totalidad o siquiera en una parte significativa. Nuestro ego, como especie, nos ha movido a encontrar explicaciones en función de nuestras necesidades porque eso es lo que importa, pero ante una existencia tan pero tan grande donde no somos más que un punto de polvo minúsculo, la ansiedad y la angustia se apoderan de nosotros y evitamos, por supervivencia y sanidad mental, salir del confort de lo tangible y racional. A fin de cuentas, seguimos siendo primates que evitan a toda costa su destrucción por algo que no es visto ni entendido… que se oculta en las profundidades

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Fernando SantamarÍa

Humanista y eructito aventurero de día, brujo medieval de noche. Indudablemente friki de clóset y músico en los entrepaños de enmedio. Es Lovecraftiano hasta la locura y cree que la vida sin gatos sería un error. Sabe que los Simpsons lo hicieron primero. Dicen que es libre y de buenas costumbres.

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